lunes, 1 de diciembre de 2008

El cuento de Carmincita Roja


Cuando uno se muda deja tras de sí toda una serie de objetos que identifican una parte de su vida que, al menos en mi caso, quiere dejar atrás.

Esta es la historia de cómo me encontré la casa a la que me mudé hace unos años cuya antigua inquilina era la protagonista de nuestra historia: Carmincita.

Carmincita trabajaba en televisión, al menos eso me dijo la casera antes de firmar. Y me lo dijo como si eso fuera un certificado de buen comportamiento. Eso es porque no vio la mierda que acumuló durante su estancia.

La verdad es que supimos su nombre cuando recibimos algunas de sus facturas impagadas, pero su nombre le viene como anillo al dedo, y ya veréis porque.

La primera vez que entré en la casa, me dio la bienvenida un intenso hedor a Carmín barato de ese que venden en el todo a 100.
La primera estancia que visité fue la cocina. Aquello era la guerra, sobre el negro churretoso de las paredes se podía escribir el guión de un episodio entero de Cuentamé.

El salón, daba cuenta de las fiestas bohemias que había alojado, ceniza por todas partes en el suelo, cristales por doquier y polvo. Imagino a Carmincita tumbada en un viejo sillón disfrutando de las ultimas caladas de su cigarro de liar y su copa de coñac del Lidel en la mano.

Las habitaciones parecían haber estado cerradas durante mucho tiempo.
Carmincita era soltera pero con compromiso.

Carmincita llevaba tacones y los llevaba a todas horas, con su traje de punto roma impoluto, su pijama de piolines, su bata azul y sus tremendas combinaciones del Venca. Taconeaba por todas partes y se deslizaba cual Jim Carrey en la Mascara.
Allá donde alcanzaba la mirada, marcas en el parqué de sus tacones.

Los baños daba pena verlos. Destacaba el espejo de uno de ellos. Ocupaba toda la pared incluida la parte que daba a la ducha.¿Para qué? Supongo que Carmincita era una fetichista. Pero quién somos nosotros para juzgarla.

En su habitación el hedor a Carmín mezclada con lo añejo resultaba del todo insoportable. Había un gran armario lleno de espejos por todas partes.
Evidentemente este era el centro de operaciones para Carmincita alias Chocolate Sexy. Era su pequeño refugio de amor.

Carmincita había conquistado el corazón de un hombre de mediana edad.
En el armario del pasillo encontramos una gabardina viejuna y un maletín mohoso.

Suponemos que se llevo fondos de alguna televisión publica y huyo de noche rumbo a Sudamérica.

1 comentario:

kaliSais dijo...

Como siempre, querida Co-bloguera, y sin embargo compañera de vivencias,nadie , repito NADIE, describiría mejor aquella pocilga que luego fue un hogar.

Je t'adore

kaliSais